Una nueva hipotesis sobre la Expansion de la Vida en el Universo

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Durante más de un siglo, los defensores de la teoría de la Panspermia han argumentado que la vida podría extenderse por nuestra galaxia a través de cometas, asteroides, planetoides e incluso polvo espacial. Más recientemente, sin embargo, los científicos han empezado a pensar que este «método de distribución» podría no limitarse solo a los diferentes sistemas estelares de nuestra Vía Láctea, sino que podría extenderse mucho más allá, incluso a una escala intergaláctica.

Según la visión más extendida, los escombros lanzados al espacio por el impacto de cometas y asteroides contra un mundo habitado podrían viajar, en una suerte de carambola cósmica, hasta otros planetas y establecerse allí, extendiendo así la vida. Según muchos, esa habría podido ser, precisamente, la forma en que los primeros organismos vivientes llegaron a la Tierra.

Pero ahora, los astrónomos de la Universidad de Harvard Amir Siraj y Abraham Loeb examinan, en un estudio recién publicado en arXiv.org, los desafíos que ese sistema representa, y proponen una alternativa: objetos interestelares parecidos a Oumuamua o al más reciente 2I/ Borisov, que en vez de chocar pasaran «rozando» la Tierra, se impregnaran de microbios terrestres en su atmósfera y se los llevaran después al espacio profundo, a otros sistemas estelares de la Vía Láctea o incluso más allá, hasta galaxias distantes.

Basta con rozar

Según los dos investigadores, la versión tradicional de la Panspermia requiere que los impactos proporcionen a las rocas que salen despedidas (con su preciosa carga biológica a bordo) la energía suficiente para escapar primero del campo gravitacional de la Tierra, y después de la atracción gravitatoria del propio Sistema Solar. Algo que no resulta fácil. La roca en cuestión, en efecto, solo podría salir de nuestro planeta si fuera lanzada a una velocidad superior a los 11,2 km/s (que es la velocidad de escape de la Tierra), y necesitaría moverse mucho más rápido, a más de 42,1 km/s, para conseguir escapar del Sistema Solar.

Además, según explicó Siraj a la revista Universe Today «estos desechos a menudo son bastante pequeños y proporcionan escasa protección contra la letal radiación a la que se vería expuesto cualquier microbio durante su largo viaje espacial».

Por eso, Siraj y Loeb decidieron averiguar si sería posible que cometas de largo periodo u objetos interestelares (del tipo de Oumuamua o 2I/ Borisov) propagaran la vida sin necesidad de tener que superar estos problemas. Para ello, bastaría con que estos objetos «rozaran» la Tierra, atravesando su atmósfera y recogiendo microbios, para salir despedidos después con su preciada carga a toda velocidad debido al efecto de «honda gravitacional», una maniobra de aceleración muy utilizada por las naves terrestres de exploración desde hace décadas y que permitiría a esas rocas salir fácilmente del Sistema Solar.

Otra ventaja de estos objetos, mucho más grandes que las rocas que salen volando tras un impacto es, según explica Siraj, que su tamaño «permitiría que los microbios queden atrapados en las grietas y rincones y consigan así una protección sustancial contra la radiación, de forma que puedan estar vivos cuando encuentren otro sistema planetario».

A 77 km de altitud

Ahora bien, ¿cuál es la probabilidad de que un objeto así roce realmente la Tierra?

Para responder a esa pregunta, los investigadores se basaron en las tasas observadas de cometas de largo periodo y objetos interestelares para calcular la cantidad de veces que algo así habría podido suceder en los cerca de 4.500 millones de años que tiene la vida terrestre. Y llegaron a la conclusión de que en todo ese tiempo aproximadamente entre uno y 10 cometas de periodo largo y entre uno y 50 objetos interestelares habrían podido acercarse lo suficiente como para «exportar» a otros lugares vida microbiana recolectada directamente de la atmósfera terrestre.

Estas cifras, sin embargo, son muy conservadoras, ya que solo tienen en cuenta a los objetos que hayan podido atravesar la atmósfera a una altura máxima de 77 km, que es el límite en el que los científicos han encontrado organismos vivos. Pero si la vida terrestre aún pudiera darse a una altura atmosférica un poco mayor, unos 100 km, entonces el número de posibles «eventos de exportación» se elevaría a más de 100.000.

Hasta otras galaxias

«Un aspecto emocionante de nuestro estudio -explica Siraj- es que proporciona un proceso concreto para expulsar del Sistema Solar grandes rocas cargadas de microbios de la Tierra. Los procesos dinámicos de estas rocas que quedan atrapados en otros sistemas planetarios han sido descritos anteriormente, por lo que este trabajo cierra el ciclo, en cierto sentido, para un proceso concreto por el cual la vida podría haber sido transferida de la Tierra a otros planetas».

A partir de ahora, cuando un nuevo objeto interestelar como Oumamua o 21/ Borisov cruce a toda velocidad nuestro sistema solar, nos preguntaremos si está transportando vida a algún lejano planeta y si, de la misma forma, la vida de la Tierra puede haber llegado ya hasta otras estrellas, o incluso hasta otras galaxias. Desde luego, resultaría cuando menos irónico que, después de haber buscado vida extraterrestre durante tanto tiempo, termináramos descubriendo que esa vida procede del mismo mundo en que nacimos…

Fuente ABC